Son pianistas y están unidos por los sonidos del Paraná
Seis artistas que viven en el Delta conformaron una agrupación que difunde la música que se compone en las orillas del río y busca crear conciencia para defender los humedales. Este domingo 10 se presentan en la ciudad de Buenos Aires.
Aunque muchos llegan al Delta buscando silencio, dicen los que viven allí que el río canta, ruge o susurra, según el día y el caudal del agua. Pero desde el 2019, un grupo de músicos se ha empeñado en traducir en el piano esos sonidos del ambiente.
Se trata de Santiago Bottiroli, Esteban Hecker, Alfredo Seoane, Laura Cestona, Pedro Bragán y Matías Rullo y se hacen llamar “Los Pianeres de río”. Se presentaron en mayo en el Club Fernández Fierro y tocarán el domingo en el Espacio Inclán de la Ciudad de Buenos Aires.
Cuentan que la convocatoria fue de Hecker, cuando descubrió que todos tocaban el mismo instrumento y vivían en distintas zonas del Delta del Paraná. Luego tocó armar un repertorio conjunto y lo pensaron como un viaje sonoro por ese río que es parte esencial de su vida cotidiana. Por eso en sus presentaciones suenan chacareras, tangos, milongas, candombes y chamamés para hacerse eco de los géneros que se oyen en las orillas.
Pero también buscaron desterrar la idea del músico solitario frente a un piano en un escenario inmenso: “Componemos y arreglamos temas solistas a cuatro, a seis, a ocho y hasta a diez manos, de modo que todos podemos ir entrando o saliendo sobre el teclado mientras otro va tocando y la música continúa”, describe Seoane, aunque uno no entiende la destreza que tienen sino hasta que los ve actuar.
Por su parte, Bragán precisa que los temas son creados a propósito para la agrupación ya que la mayoría de los integrantes son compositores y otras son adaptaciones especiales. “De todos modos, en muchos momentos del show uno puede disfrutar de escuchar a los compañeros”, aclara Bottiroli.
Cada uno de ellos tiene su propia historia sobre cómo logró tener un piano en una isla del Paraná.
Cestona elige el sustantivo “odisea” para describir la llegada del instrumento a una isla. Aunque en su caso, hubo mucho de azar, y un hada madrina que fue su vecina de enfrente: “Cuando vine a vivir al Delta tenía 20 años y no veía el modo de traerme un piano porque no tenía plata. Entonces conocí una familia que vivía arroyito de por medio y tenía uno. Le propuse alquilarles el piano e ir a tocar mientras ellos estaban trabajando. Fue raro porque recién me conocían. Pero ella, que ahora es la directora del colegio al que van mis hijas, me propuso que me lo llevase a mi casa ya que nadie lo usaba, y así de golpe tuve un piano al lado de mi cama gracias a la generosidad de mis vecinos”.
Lo de Bottiroli fue más complejo. “Mi primer piano acá llegó en el techo de una lancha como si fuese un mueble, y en el muelle lo subimos en un carrito hasta la casa. Cuando me mudé en un tracker, que es como un bote grande, casi se nos cae al agua. En la siguiente mudanza estaba un poco mejor económicamente y pude traerlo en un barco arenero y dejarlo en la costa con un brazo mecánico; y en la última mudanza fue con ayuda de la comunidad ya que nos juntamos entre varios para transportarlo por una especie de monte de unos 50 o 60 metros que tengo. Estuvimos horas haciendo un caminito por ahí. Yo digo que mi piano está lleno de cicatrices de cada mudanza“, cuenta.
Algo parecido sucedió con el piano que les donó una espectadora que los vio actuar en un centro cultural de San Fernando, y se enteró de la dificultad para actuar en las islas ya que ningún espacio tenía un instrumento. Decidieron instalarlo en el Centro Integral Comunitario Itekoa, de una asociación civil dedicado a la conservación de los humedales de la zona, ubicado en la primera sección del Delta bonaerense.
“Aprovechamos para mudar otro piano más que habíamos conseguido y decidimos filmar esa epopeya para hacer un documental que va a llamarse Piano Viajero y ya tiene tráiler. En ese viaje se armó un concierto flotante con dos pianos desde la misma chata que los transportaba y la gente nos escuchaba desde los muelles de las orillas, y algunos nos seguían en canoas”, describe Cestona, quien cuenta que cada ensayo juntos de los días martes se convierte en una aventura a la que tienen que llegar en bote, atravesando los canales y rogando que no se levante una tormenta.
Sin embargo, el río no es solo un factor de unión ni un escenario natural, sino un objetivo conjunto. Los “pianeres” buscan traducir en su música la belleza de ese paisaje amenazado. “El arte es una herramienta fundamental y en este caso la música para crear conciencia sobre cuestiones como la preservación de los humedales. Tenemos en común que vivimos en un humedal y desde ese lugar es que nos expresamos”, apunta Seoane.
Barrán suma otro aporte: “Hace poco hemos participado en ‘Lindo humedal’, una canción de Ana Iniesta que llevaba este mensaje de la necesidad de generar de manera urgente una Ley que defienda los humedales, en la que también estuvo León Gieco. Nuestra actividad cultural va en ese sentido, muy de la mano con el territorio. Digamos que nos sentimos parte de la fauna autóctona”, dice. Y salta a la vista.
Gira por el Litoral
Aunque el lugar favorito para presentarse de los “pianeres” es el Espacio Itekoa, también han tocado en el Museo Sarmiento y otros lugares de San Fernando. A fines de mayo se presentaron en CABA en el Club Atlético Fernández Fierro, en Palermo.
Este domingo 10 a las 17 estarán en el Espacio Inclán (Inclán 2660, CABA). Además de un concierto a varias manos van a proyectar el tráiler del documental que están haciendo sobre el traslado de los pianos y el concierto en medio del Paraná. También habrá cortometrajes sobre el Tigre y el río Quilpo.
Para la primavera están gestando una gira por algunas ciudades y pueblos de Entre Ríos y antes de fin de año prometen volver al Fernández Fierro.
Fuente: Por Eva Marabotto para Télam
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