El Club de los Reparadores: cuando las cosas tienen una segunda oportunidad
Si se puede reparar, por qué tirarlo. A partir de una pregunta tan simple cientos de personas se juntan en parques y plazas para reparar objetos o ayudar a arreglarlos. Forman parte del Club de Reparadores y cumplen seis años buscando alternativas al consumismo y el deterioro del medio ambiente por la multiplicación de desechos.
Compramos objetos, los usamos, se rompen, los tiramos y volvemos a comprar otros, parecidos o iguales. Algunos, cada vez menos, intentamos repararlos por su valor afectivo. Pero pronto desistimos. Somos seducidos por el brillo de lo nuevo, por el esplendor de lo intocado y corremos detrás de la novedad. En cualquier caso, esos artefactos (un celular, una silla, la licuadora que heredamos de la tía abuela), cualquier artefacto, pasa a formar parte de un circuito de uso-desecho-consumo que hoy parece necesario revisar.
Al menos eso creyeron Melina Scioli y Marina Pla, quienes desde la asociación civil Artículo 41 fundaron, en noviembre de 2015, el Club de los Reparadores, un espacio que reúne a personas con objetos rotos -desde electrodomésticos hasta muebles y prendas- con otras que saben reparalos.
“El espíritu detrás de un evento de reparación tiene que ver con reunir en un espacio determinado, con herramientas y materiales, a gente que tiene saberes de reparación con gente que tiene objetos rotos, y entre todos poder reparar el objeto, en una actividad que es gratuita y voluntaria”, dice a Télam Melina Scioli, cofundadora del Club y especialista en sustentabilidad con foco en economía circular y urbanismo.
Desde su creación el 28 de noviembre de 2015 el Club recibió premios de la Shuttleworth Foundation y de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales; fue reconocido por la Cámara de Comercio argentino-británica por su trabajo en materia de sustentabilidad y también declarado de interés en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
“El Club -comenta Scioli- es parte de Artículo 41 (por el artículo de la Constitución Nacional que establece el derecho a un ambiente sano), y además de organizar encuentros comunitarios de reparación ayuda a otros grupos a poder hacerlo; también lazamos el sitio reparar.org en el que promovemos la reparación comercial, con un directorio de servicios de reparación, y tenemos un programa para escuelas, ‘Ligas menores’, donde explicamos por qué reparar o qué es la economía circular”.
Se puede arreglar
¿Por qué las cosas no duran más tiempo? ¿Los avances tecnológicos no alcanzan para lograr una mayor durabilidad y disminuir la cantidad de desechos que ponen en crisis la sustentabilidad del planeta? ¿La obsolescencia programada de los artefactos es inherente a la lógica del consumo sin fin? ¿Cuántas cosas que tiramos podrían haberse reparado? Estas son algunas de las preguntas que hicieron posible la experiencia del Club.
“La idea nació cuando empezamos a sentir que las cosas duraban cada vez menos y que eran cada vez más difícil repararlas. Veníamos trabajando junto a Marina en temas de sustentabilidad, sobre todo vinculado a la promoción del reciclado, y vimos que la reparación virtuosa era más eficiente que el reciclado, y que tenía que ver con prevenir que se generasen residuos”, comenta Scioli y recuerda que en la Argentina se producen 1,15 kilos de residuos sólidos urbanos por día por habitante.
Entre las experiencias que influyeron en la iniciativa aparecen los Repair Cafés de Amsterdam y de los Restart Parties del Reino Unido. “Vimos que básicamente lo que hacían era promover encuentros comunitarios para reparar cosas en conjunto y nos preguntamos si algo así funcionaría en la Argentina”, cuenta Scioli.
“Con el tiempo -agrega- le fuimos encontrando al Club el resto de las aristas que tiene hoy, que tienen que ver con la reparación en tanto permite preservar oficios, recuperar una identidad cultural y promover la actividad de comercios vinculados a ellas, todas capas que componen la acción de reparar cosas”.
“Hicimos una primera experiencia en Parque Lezama a fines de 2015 y la gente participó, trajo objetos, otros sumaron herramientas para asistir en las reparaciones, y eso nos dio la pauta de que sí funcionaría, y desde entonces no dejamos de organizar eventos”, agrega.
Al principio los encuentros eran autogestivos pero después el Club encontró formas de generar financiamiento “para poder pagar a quienes venían a dar su aporte en la reparación y que eran parte del equipo fijo que organizaba cada actividad”.
Así a lo largo de seis años ya se organizaron 88 clubes de reparación. Desde entonces ya se repararon más de 4.100 objetos, con una tasa de reparabilidad del 65% (no todos los objetos pueden remendarse). Además, la comunidad incluyó alrededor de 500 reparadores y más de 5.000 voluntarios.
Reparar y cuidar
La letra R es la más importante en el alfabeto del Club: reparar, reducir, reciclar y reutilizar. Todas estos estos verbos confluyen en una misma acción. “Si lo pensamos desde la gestión de residuos se pueden incorporar todas esas erres. Van desde la prevención, cómo tratar de no generar residuos, hasta tratarlos de la mejor manera posible. Reparar es volver a darle vida a los materiales que no queremos que lleguen a ser reciclados o desechados”, asegura Scioli.
La Real Academia Española define el verbo reparar como enmendar, corregir o remediar. ¿Pero qué remediamos cuando arreglamos algo? “Proponiendo espacios de encuentro y poniendo este tema en la agenda pública encontramos que cuando hay gente que se involucra, que celebra la reparación, y que ahí hay algo que va más allá de reparar objetos, hay algo simbólico que tiene que ver con darle tiempo al cuidado, con detenernos a cuidar cosas, y esto es algo que va a contramano de los tiempos que corren. Es detenerse a cuidar. Reparar es, en definitiva, cuidar”.
Sin embargo, hay una lógica que consiste en comprar, usar hasta que falle, tirar y de nuevo comprar para usar y volver a tirar. Un ciclo que se repite infinitamente y tiene impacto ambiental, económico y cultural. Una marca de época del capitalismo contemporáneo. “Esta propuesta -suma Scioli- promueve una economía circular donde el subproducto de un ciclo es el producto de un nuevo ciclo y donde reparar vuelve más eficiente el manejo de los recursos”.
Según la cofundadora del Club esta concepción se opone a la de una economía lineal, “donde extraemos recursos, producimos algo con ellos, lo distribuimos y comercializamos, para finalmente desecharlos”. “Esto es insostenible en un planeta con recursos finitos, aunque se lo suela asociar a una curva de crecimiento infinita que, en definitiva, no se sostiene, destaca.
Una lucha por el tiempo
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Casi todos los objetos que utilizamos tienen una “obsolescencia programada”, que es no es otra cosa que la fecha que el fabricante de un producto establece que este va a fallar o se va a romper. Reparar el producto en lugar de reemplazarlo por otro nuevo es, tal vez, una forma de luchar contra el tiempo.
“Hoy es una tendencia que los productos tienen una vida útil más corta. Esto a veces está dado por los materiales que lo componen y otras por la ‘obsolescencia programada’ establecida por la fecha de caducidad impuesta por el fabricante, que va a contramano de la sustentabilidad ecológica y climática”, repasa Scioli.
“Desde la perspectiva del cambio climático un teléfono debería durar doscientos años y no los dos o tres que dura, para poder hacer un uso razonable de los recursos. Sin embargo, en Europa se está comprando un teléfono nuevo cada siete segundos”, agrega.
Cambiar la lógica del use y tire, piedra angular de la sociedad de consumo, puede derivar también en otra manera de relacionarnos. Una persona a la que se le rompió la radio y encuentra a otra que le enseña a repararla establece un tipo de vínculo (y de comunidad) que no es igual al que resulta de esas dos mismas personas compitiendo por comprar el último modelo de esa misma radio. De algún modo, los vínculos también pueden ser reparados si los objetos lo son.
“Los encuentros del club proponen intercambios atípicos por lo solidario para la sociedad en que vivimos. Proponen una nueva forma de interacción. Es una forma de generar comunidad, porque hay alguien que me ayuda a reparar, porque hay alguien que repara, y ahí hay un intercambio virtuoso que genera comunidad”, considera Scioli.
No todo lo que brilla es oro
La perspectiva del Club se basa en una concepción de la economía más vinculada a lo social y en una escala diferente. “Con la revolución tecnológica -sugiere Scioli- la actividad vinculada al arreglo de objetos fue cayendo en desuso y es necesario que los comercios barriales dedicados a la reparación sigan existiendo”.
Y agrega: “Seguir sosteniendo el consumismo y el crecimiento económico infinito para el planeta resulta hoy intolerable, hay un límite, estamos ante una situación ambiental alarmante, por lo que debemos transicionar hacia otro modelo”.
“Hoy está invisibilizado todo lo que tiene que ver con el mantenimiento y la reparación. Hay algo de corte celebratorio respecto a lo nuevo, a lo innovador, a lo disruptivo, pero no valoramos lo suficiente todo aquello que hace a que las cosas sigan funcionando todos los días”, señala.
Por Daniel Giarone para Télam
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