Los cortes de luz complican cada vez más el desarrollo del Delta
Las islas del Delta, en Buenos Aires, son un paraíso natural. Ahí viven cerca de 10.000 isleños, entre la primera sección, que pertenece a la municipalidad de Tigre, y la segunda y tercera, pertenecientes a San Fernando. El lugar es promocionado como un punto turístico para escapadas breves. Muchos de esos emprendimientos turísticos suelen ser atendidos por sus propios dueños, habitantes permanentes de las islas que hace dos años decidieron agruparse y formaron el grupo Control Ciudadano Delta, para unir fuerzas y reclamarle a la empresa Edenor, prestadora del servicio, por las fallas en el suministro eléctrico, único servicio público que llega a las islas. Allí no llega el gas -usan garrafas- ni el agua corriente.
Según ellos, los cortes de luz en la zona se dan al menos una vez por semana y pueden durar varios días. Esa situación, afirman, va en detrimento del desarrollo del lugar: “Estuvimos sin luz diez días seguidos y los clientes nos querían matar. Así se hace muy difícil emprender en el Delta”, dice Silvina De Prado, de 46 años, dueña de la hostería Senador Dupont, en el arroyo Gallo Fiambre. Desde la empresa de energía explican que han hecho grandes inversiones, pero que la geografía del lugar complica la situación.
El Gallo Fiambre es un arroyo angosto en la primera sección. Ahí, separadas solo por el curso del agua, se encuentran dos vecinas con el mismo problema. Una de ellas es De Prado, que junto a su marido tienen desde hace diez años esa hostería. “Esto fue empeorando. No tenemos gas, salvo por las garrafas, y tampoco agua corriente. Somos electrodependientes -dice-. Tampoco queremos tener esos servicios porque entendemos que este es un lugar natural, pero necesitamos que la luz funcione correctamente. Con mucho esfuerzo pusimos aire acondicionado y televisión satelital en las habitaciones, pero sin luz nada tiene sentido. Hace dos años tuvimos que comprar un generador por 300.000 pesos y tuvimos que pedir ayuda financiera. Además el generador consume muchísimo combustible y es muy caro mantenerlo encendido”.
El principal problema, dicen, es que el cableado no tiene el revestimiento indicado y que, cada vez que una rama, un árbol o un pájaro tocan los cables, se genera un chispazo y eso suele derivar en un corte de luz. Por eso piden que haya más poda, lo que llaman “la picada” para que la vegetación no genere los cortes.
Además, denuncian que la tensión de la corriente no es constante, por lo que suelen quemarse equipos. También señalan que los postes que sostienen el cableado, al ser de madera se pudren y se caen. “Pagamos impuestos municipales y una fortuna de luz por mes, pero estamos olvidados. Con un poco más de poda, gran parte del problema estaría solucionado”, agrega De Prado.
Mariela Martínez vive justo enfrente. Un puente levadizo conecta la hostería de De Prado con el almacén de Martínez. Ella trabaja como asistente odontológica en Belgrano, en Capital, y además provee a los vecinos con la mercadería que vende en su pequeño local a la vera del río.
“Yo vivo acá hace 13 años y el comercio lo tengo hace tres. Por los microcortes ya se me quemó un aire acondicionado y una balanza. Acá puede haber un sol divino, sin viento y se corta igual. Yo también tuve que comprar un generador porque uso la electricidad para todo y sin ella se me pudre la mercadería. En las fiestas del año pasado se cortó la luz y me gasté 110 litros de combustible para el generador. Y Edenor, bien gracias”, dice Martínez.
La municipalidad de Tigre también se suma al reclamo: “Es verdad que las instalaciones eléctricas que hay en la zona de islas son vetustas y generan serios problemas. Por supuesto que acompañamos a los vecinos y vecinas en su reclamo. Desde el Municipio hemos solicitado y reclamado en varias oportunidades a la empresa contratista Edenor, que es la responsable de brindar el servicio, pero lamentablemente hasta ahora no ha habido respuestas”, dijeron.
Desde Edenor afirman que en 2019 han hecho 273 kilómetros de poda, el equivalente a darle una vuelta completa a la circunferencia de las tres secciones. “Aunque somos una empresa de distribución eléctrica, también brindamos el servicio de poda. Además se cambiaron 184 postes de media y baja tensión y se duplicó la cantidad de personal porque sumamos a otra empresa que se aboca al mantenimiento. La zona es muy compleja, la vegetación es algo que no podés perder de vista un segundo porque te devora la red. Cuando sopla el viento, como el cableado es aéreo se complica y muchas veces el servicio tarda en normalizarse porque el terreno está inundado y es muy difícil acceder”, argumentan desde la empresa.
Mientras se recorren las islas las quejas se acumulan. Otro isleño, en este caso de la segunda sección, en San Fernando, es Telmo Berho, de 42 años. Él es chef en La Becasina Delta Lodge, un hotel al costado del arroyo Las Cañas. “Trabajo acá hace más de 20 años. Sin un generador esto es inviable. Tengo un vecino que lleva un registro y el récord sin cortes fue de 32 días de servicio ininterrumpido. El generador consume, más o menos, 20 litros por hora, a razón de $50 el litro. Por ejemplo, en 2017 consumimos 17.710 litros de combustible para el generador y a esto se le suma la factura de Edenor. Casi todos los lugares son atendidos por familias y se hace muy difícil, hay muy pocos emprendimientos que sobreviven”.
Con los cortes también se vuelve imposible dar clases en las escuelas de la zona o la atención médica en las salitas.
“Desde 1996 reclamamos a Edenor para que cumpla el contrato de concesión porque quedaron zonas de la última sección a donde no llegó el tendido eléctrico. Hoy la luz es una necesidad, no un lujo, y el desarrollo del lugar depende de eso. Hay familias que se quedan al margen del desarrollo por la falta de electricidad. Nuestra postura es que el servicio debería ser de calidad y, aparentemente, no lo mantienen como corresponde. Los cables deberían estar enfundados y los postes de madera no parecieran ser los indicados para el lugar. Edenor viene invirtiendo en los últimos años y siempre estuvieron abiertos al diálogo pero, por ahora, faltan más soluciones”, dice Gabriel Tato, director general de políticas ambientales de San Fernando.
“La diferencia entre un país y una empresa, es que en un país hay que invertir en zonas donde no te es rentable”, dice Martín Nunziata, de 72 años, que dispuso una sillas para dialogar debajo de un imponente gomero. Él vive hace 41 años en la isla: “Como acá no somos muchos, a Edenor no le rinde. Prefieren pagar las multas que le pone el Ente Nacional Regulador de la Electricidad (ENRE), a invertir. Acá nosotros purificamos nuestra agua, todo con electricidad. La isla es el paraíso que elegimos pero tiene serios problemas”.
“Hace dos años que venimos realizando un programa intensivo de inversiones que han hecho que la calidad del servicio mejore. En estos dos años, entre mantenimiento e infraestructura, invertimos $250.000.000. Lo que se hizo es poner nuevos seccionadores para que en caso de un incidente, menos gente sea la que se quede sin servicio. Buena parte de ese dinero se destinó a la poda. Sostenemos que la mejora en infraestructura trajo una mejora generalizada en la calidad del servicio, en cuento a los cortes y la fluctuación que puedan tener los volts”, concluyeron desde Edenor.
Fuente: Alejandro Horvat para La Nación | Foto: Ricardo Pristupluk